El VII Encuentro Mundial de las Familias realizado en Milán del 30 de mayo al 3 de junio fue un acontecimiento eclesial importante, que por sobre entusiasmos superficiales, reanima nuestra fe en la verdad y la belleza del Evangelio de la vida y del amor y nos da confianza para continuar la siembra.

Estas reflexiones que aquí compartimos como editorial surgen precisamente de lo vivido por algunos matrimonios del Secretariado que han tenido la gracia de participar en él y de la necesidad de discernir la significación del mismo tanto en el presente como en el futuro de la Pastoral Familiar.

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El primer hecho a destacar y que conlleva una enseñanza para nuestra tarea surge de la vivencia concreta de ser Iglesia, vivida tanto en lo multitudinario como en la diversidad cultural de Milán. Esto nos debe recordar la alegría y la belleza de estar unidos tras el Evangelio de la vida y el amor y la conciencia de pertenencia a la Familia grande de Dios, de sentirnos  familias: “Iglesias domésticas”, formando “parte”-con nuestros sacerdotes y obispos-  de la Iglesia de Cristo.

Y también aunque tengamos como familias muchas veces un sentimiento de soledad, nos recuerda  una profunda realidad de fe: “no estamos solos”

A nivel pastoral esto debe plantearnos seguridades y, a la vez, desafíos: primero la seguridad de la existencia de un entramado misterioso de “comunión”, donde  hay muchos “contigos”, que son nuestros amores, nuestros vínculos personales; y un “Contigo” con mayúscula que no falla, que es el Señor de la historia, que nos prometió su compañía, su presencia hasta el fin de los tiempos. Por eso la pastoral familiar debe asumir una verdadera “pedagogía de la comunión, de los vínculos”.

Esto implica promover y revitalizar la necesidad de “reunirnos”, de vincularnos en pequeñas comunidades con calor de hogar, para experimentar identidad y  pertenencia, para “disfrutar” y “llorar” el amor gozoso y sufrido de la familia.  Fomentar la formación de las mismas es una buena manera de reconocernos en las debilidades y fortalezas de tantas familias que quieren ser fieles a su vocación de cuidar y promover esta valiosa “comunidad de vida y amor” que es la familia.

EL hecho de hablar con realismo fue otra de las características del Encuentro de Milán,  que creemos útil transpolar a nuestra pastoral específica. En la ciudad italiana se ha hablado tanto de cómo se ve a la familia afectada por la sociedad de consumo y  los economicismos de mercado como  de la  confianza en el potencial pedagógico que tienen las familias como comunidades primarias naturales de la sociedad.

Esta manera “realista” de asumir la familia, sugiere ciertos criterios pastorales: Evitar una fuga hacia atrás, añorando o idealizando un modelo de familia tan incontaminado como inexistente, lo que nos inhabilitaría para comprender y asumir la realidad de las familias con sus luces y sombras. Como discípulos y misioneros debemos vivir una cierta tensión, un “incorformismo” en ese intento de ser “luz del mundo y sal de la tierra”.

Estamos convencidos que el criterio pastoral adecuado debe ser recepción y discernimiento. No debemos olvidar que estamos en un  hoy, aquí, ahora, que es nuestro tiempo, el mejor tiempo, el único, el que Dios nos ha dado como un inmenso don. Este y no otro (pasado o futuro) es nuestro “kairós” (tiempo propicio). Siempre hay “semillas de verdad” en el tiempo y realidad que nos toca vivir, que hay que descubrir y valorar. Habrá que buscar la nueva Evangelización de la familia –nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión- , sin diluír el contenido mismo de las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia.

Otro pauta para nuestra pastoral familiar es el de No eludir las preguntas, aunque hieran, aunque no se tengan respuestas fáciles.  De esto ha sido ejemplo concreto la respuesta de Benedicto XVI en relación al sufrimiento de los “separados en nueva unión”. “El dolor es grande ..a estas personas debemos decirles que la Iglesia las ama, pero ellas necesitan ver y sentir este amor. Es una gran tarea …la de hacer realmente que ellas se sientan amadas, aceptadas, que no se sientan fuera, aunque no puedan acercarse a recibir la absolución y la Eucaristía”.

Cada uno de nosotros, inmersos en nuestros contextos familiares, en la parroquia o en nuestras tareas pastorales, acompañamos las más diversas realidades que ciertamente muchas veces no responden al modelo de familia soñado, querido por Dios, pero que no debemos descuidar, porque en todas ellas se alojan profundos valores familiares: la paternidad, la maternidad, la filiación, fraternidad, complementariedad, apego, abrigo, anidan en ellas. Solo caminando a su lado, escuchando y acompañando, descubriendo y valorando sus riquezas hemos podido ser testigos privilegiados del resplandor de sus rostros cuando al sentirse escuchados y valorados, descubren y reconocen el Amor de Jesús en el otro y en sí mismos.

En la respuesta papal a los jóvenes de Madagascar que querían formar una familia y les atraía y daba miedo a la vez el “para siempre” descubrimos otro criterio: la necesidad de mostrar la belleza de los vínculos significativos y duraderos. Fue la respuesta una catequesis que  marca la necesidad de construir nuestra familia sobre la base de vínculos fuertes, esos que nos sostienen sobre todo en los momentos difíciles, esos donde precisamente más se evidencia la belleza de los vínculos. Y este criterio pastoral debe verse plasmado también en nuestra tarea al interior de la Iglesia trabajando en red para construir vínculos fuertes y fecundos.

Este es el compromiso y los desafíos que nos apasionan como agentes de pastoral familiar al servicio de este Secretariado, más aún ante este horizonte que se nos amplía con los frutos del Encuentro Mundial y los lineamientos pastorales de la CELAM.

Cuenten con nosotros. Queremos ser pastoral itinerante cercana a todos.