A veces pensamos que la santidad es algo lejano en el tiempo o de nuestras posibilidades; con su “sermón del monte”, el Señor nos acerca la certeza de que la santidad es una propuesta para todos.

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Santidad, una opción de vida actual

Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: «Felices  los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los pacientes, porque  recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando seaninsultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo (Mt. 5.1-12).

En este mes de noviembre, que comienza con la solemnidad de Todos los Santos, Jesús nos sigue enseñando como Maestro, con actitud humilde y sencilla, rodeado de sus discípulos, con palabras simples y sinceras acerca de la gracia de ese día.

La Madre Teresa decía:»La santidad no es un privilegio para algunos, sino una obligación para todos». Jesús nos muestra en su Palabra que la felicidad de los Hijos de Dios no depende de logros materiales, personales, intelectuales o profesionales, sino de cosas mucho más alcanzables para aquellos que queremos ser sus discípulos. Con su “sermón del monte”, el Señor nos acerca la certeza de que la santidad es una propuesta para todos. No todos los santos están en los altares de los templos. Nos jugamos la santidad en cada gesto, pensamiento, encuentro interpersonal, en el obrar cotidiano, en las elecciones más sencillas.Con las palabras de las Bienaventuranzas Dios nos acerca el Cielo, la Eternidad a la vida cotidiana.

Jesús destaca ciertas virtudes que nos posibilitan vivir en santidad:

-La pobreza: que no pasa por tener o no bienes sino por tener “alma” de pobres. En este sentido se pueden tener pocos bienes pero no tener alma de pobre dando lugar a la envidia o tratando de alcanzar lo que otros tienen a cualquier costo. Por el contrario, se pueden tener muchos bienes, pero  sin estar aferrados a ellos, ser generoso con los más necesitados, vivir con una actitud humilde, abierta, dispuestos a compartir y repartir. Quien tiene esta “alma de pobre” ya vive en el Reino de los Cielos. Dios mismo es su mayor bien.

-La paciencia: como la actitud de saber esperar los tiempos de Dios, para no tomar atajos por el camino más fácil y menos complicado (que, por lo común, está marcado por el pecado). Es la virtud que nos permite obrar con sabiduría y fortaleza para no dejarnos arrebatar el impulso evangelizador, el testimonio, el encuentro con Dios en la oración, en la Palabra, en la vida sacramental.

-El corazón puro: es decir, un corazón sin maldad, sin prejuicios, sin dobles mensajes, amoroso, sincero, disponible, atento, dispuesto a la escucha.

-La misericordia: como la posibilidad de saber perdonar y de mirar a los otros con el amor y la mirada con que el mismo Jesús lo mira, sin acusar, sin juzgar ni prejuzgar.

-El trabajo por la paz y la búsqueda de la justicia: virtudes que se desarrollan solo a partir de un profundo y constante trabajo interior en orden a erradicar de nuestras vidas toda forma de violencia y de egoísmo. No podemos construir ambientes pacíficos si, en lo cotidiano, agredimos, insultamos, discriminamos, nos dejamos llevar por los arrebatos y por la ira, si no somos comprensivos, si no tenemos tiempo para escucharnos, acompañarnos, esperarnos…Trabajamos por la justicia cuando somos justos, es decir, cuando buscamos hacer lo correcto, procuramos el bien del otro, compartimos los dones y bienes recibidos, damos gratuitamente porque hemos recibido gratuitamente.

-La aceptación –no solo con entereza sino, también, con alegría– de la persecución por practicar la justicia y por dar testimonio de Jesús, sea con gestos o con palabras.

Podemos reflexionar ¿qué significa hoy para mí la santidad? ¿qué virtudes tengo que trabajar más intensamente para vivir en santidad? ¿qué aspectos de mi naturaleza (carácter, personalidad) oponen mayor resistencia a mi opción por la santidad? ¿qué gracias tengo que pedirle al Señor para poder superar la debilidad de mi naturaleza y abrazar el llamado a la santidad?

El Señor nos ama enormemente y, por eso, quiere lo mejor para nosotros. Por eso nos propone la santidad como estilo de vida. “Ustedes serán santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo (Lev. 19, 2)”.  Porque es lo mejor que podemos vivir, porque es la virtud que, justamente, más destaca a Dios mismo.

En la alegría del Día de Todos los Santos pidamos al Padre que encienda el anhelo de esta gracia en nosotros y en todos los que nos rodean. Que descubramos la santidad no solo como posibilidad de superación personal sino, sobre todo, como llamado comunitario a desarrollar en todos los ámbitos de la vida, en especial, en la familia. El mundo y la Iglesia necesitan “familias santas”, donde cada miembro vele y trabaje por su santificación a la par que vela y trabaja por la santificación de los otros así como de otras familias. La palabra del Levítico puede resonarnos hoy así: “Sus familias serán santas porque yo, como familia Trinitaria, soy santo”.