Compartimos esta reflexión de monseñor Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco sobre el Sínodo (14 de noviembre de 2015)

El pasado domingo 25 de octubre concluyó el Sínodo sobre la familia.

Recordemos: se trató de un “camino sinodal”, cuyas etapas significativas giraron en torno de las dos asambleas de obispos en Roma en 2014 y la que terminó ese domingo. Hubo también dos grandes consultas y un intenso debate eclesial que interesó vivamente incluso a quienes no adhieren a la Iglesia católica.

Ya es un lugar común decir que algo así no se veía desde los días del Concilio Vaticano II.

Los padres sinodales culminaron su trabajo entregando al Papa Francisco una Relación final que recoge los frutos de este camino de escucha, diálogo y discernimiento. Todos los párrafos tienen la aprobación requerida. Sugieren además al Papa un documento pontificio sobre el tema.

Para la disciplina canónica vigente en la Iglesia, hasta aquí llega un Sínodo. Hace propuestas que el obispo de Roma recibe y, normalmente, le sirven como punto de partida para un documento posterior que tiene la autoridad del magisterio ordinario del Papa. Al parecer, ese será el camino que seguirá el Santo Padre. Lo celebramos.

Ofrezco a continuación algunas apreciaciones personales del camino recorrido hasta aquí por la Iglesia y que, como expresa el título, ha de proseguir en cada Iglesia particular y en cada Conferencia episcopal.

1. Ante todo, el tema. Cuando se dio a conocer que la temática del Sínodo sería la familia, mi primera reacción fue de extrañeza. Los obispos argentinos habíamos pro-puesto otros temas interesantes. A poco andar, y viendo la cantidad y densidad de pun-tos que se ponían sobre la mesa tuve que rectificar mi valoración inicial. Haciendo foco en la familia y en la pastoral familiar, el Papa ponía el dedo en la llaga, encontrando además un muy interesante enfoque para mirar la vida concreta, tanto de las personas como de la acción de la Iglesia. La familia es vida vivida. Allí pasan cosas…

  1. En segundo término, el método propuesto: un itinerario que involucrara a toda la Iglesia –en todos sus niveles- y que transcurriera entre dos Asambleas sinodales. Veníamos escuchando quejas crecientes y fundadas sobre el modo de llevar la dinámica de los sínodos. Benedicto XVI hizo algún cambio para mejorar la calidad del diálogo durante la asamblea. Esta propuesta nueva de Francisco y equipo, a mi juicio, ha permitido dar pasos en firme en la metodología interna del Sínodo favoreciendo un diálogo eclesial más intenso y enriquecedor. Se ha dejado así que el Espíritu haga madurar los temas en la mente y en el corazón de los que formamos la Iglesia. Esto es muy bueno, aunque por momentos nos ponga sobre ascuas.
  2. El enfoque general, al menos como yo lo percibo, ha sido acertado. Me explico: sin querer apagar la mecha humeante ni cortar el trigo con la cizaña, se ha buscado mirar en toda su amplitud la compleja situación que atraviesan hoy las familias en todas partes y la misma acción pastoral de la Iglesia en este campo. Y esto con el deseo sincero de acompañar, curar y alentar a todos, tanto a los que procuran vivir con admirable fidelidad el ideal cristiano de familia, pero con especial atención a los más heridos, a los que, por diversas razones, no alcanzan esas metas o están muy lejos de ellas. Un enfoque pastoral que, contra todo simplismo, nos ha obligado a un debate doctrinal intenso y además de calidad, aunque pobremente reflejado en los medios de comunicación que, en este punto y salvo honrosas y poquísimas excepciones, confunden y oscurecen más que ayudan a comprender la profundidad del debate eclesial. Sin embargo, esta discusión teológica y pastoral dará sus frutos, pues en la Iglesia las mejores soluciones pastorales son las que expresan las más sustanciosas verdades teológicas. Logos y ágape, misericordia y verdad, doctrina y pastoral. Dos caras de la misma moneda.

    4. La familia, para la Iglesia –decía Francisco en Filadelfia- no es fuente de preocupación “sino la confirmación de la bendición de Dios a la obra maestra de la creación”. La familia es sinónimo de gozo para la Iglesia. ¿Ingenuidad? Nadie lo supone del Papa Bergoglio. El Sínodo ha repasado con amplitud los enormes desafíos que hoy enfrentan, por ejemplo, los jóvenes que sienten la llamada del amor. O los retos que viven en el día a día las familias en cada rincón de la tierra: desde las guerras que empujan a familias enteras a huir con lo puesto y cuyas principales víctimas son los más vulnerables (niños y ancianos); las estrecheces económicas o los sacudones del mercado laboral, no menos que los problemas ambientales o los embates de la ideología de género y la cultura del individuo solitario y frágil, seducido por el consumo. Todo mirado a la cara y con la decisión de ir a fondo. Pero, ¿quién dijo que todo está perdido? El plan de Dios se activa toda vez que un chico y una chica se enamoran y sueñan, contra toda esperanza (como Abrahám), en el amor compartido. El mundo se sostiene y sobrevive a todo, por esa pasión insobornable del corazón humano que busca «la confiabilidad de un ‘tú’ personal», como dice hermosamente la Relación final (n 4). Y eso lo sabemos, incluso mientras recitamos la larga lista de calamidades que hoy sufre la familia y nosotros no atinamos a posicionarnos frente a esa realidad. Lo sabemos, porque es nuestro Dios familia el que nos lo muestra cada vez que, en la pastoral ordinaria de nuestras diócesis y parroquias, nos sentamos a la mesa de las familias concretas que nos abren la puerta de sus casas.

  3. Se entiende entonces un acento o una insistencia de la Relación final que me ha llamado positivamente la atención y que veo del primero al último párrafo: la familia como sujeto activo de misión. En otras palabras, la misma familia ha de sentirse involucrada en primera persona en la misión de anunciar el Evangelio de la familia. Tiene mucho para decir, porque es de mucha riqueza lo que tiene entre manos cada familia, también si lleva esa riqueza en vasijas de barro. “El anuncio cristiano sobre la familia -afirma el n° 3- es realmente una buena noticia. La familia, además de tener que responder a las problemáticas modernas, ha sido sobre todo llamada por Dios a tomar renovada conciencia de su propia identidad misionera”. Aquí y allá, en toda la Relación, se observa este acento y espíritu de misión: una perla preciosa y un tesoro a descubrir que llena el corazón de alegría y por los cuales vale la pena apostar. Se trata de liberar toda esa fuerza de humanidad que late en la red de relaciones que es la familia, siempre en camino hacia la plenitud.
  4. “Los bautizados que están divorciados y en nueva unión civil deben ser más integrados en las comunidades cristianas en los diversos modos posibles, evitando toda ocasión de escándalo” (n 84). Con estas palabras, la Relación final inicia el abordaje de una de las cuestiones más delicadas y discutidas, al menos en algunos ambientes. Es cierto que, el desarrollo mismo del debate sinodal ayudó a reubicar este problema pastoral y teológico en un marco más amplio, entre otras cosas, haciendo foco en el enorme sufrimiento que viven muchas familias que lucha por su supervivencia en medio de la pobreza, las guerras u otras crisis. Es aquí donde el enfoque arriba descrito se ha mostrado particularmente fecundo: ¿Qué ve la Iglesia cuando mira a unos divorciados en nueva unión? La palabra de Jesús sobre el adulterio es fuerte y clara (cf. Mc 10,1-12 y par), pero no debemos hacer de ella una lectura fundamentalista, aislándola del mensaje central del Evangelio que es el amor y la compasión de Dios por el sufrimiento humano. La Iglesia comparte el sufrimiento de sus hijos divorciados en nueva unión. Y ese, “es un sufrir en la comunidad de la Iglesia por los grandes valores de nuestra fe” (Benedicto XVI). Ese hacer foco en las heridas que los hombres llevamos en nuestras vidas para curarlas y, desde ese lugar, caminar juntos hacia la meta del Reino, es el enfoque justo y más evangélico, según mi parecer. Por eso, en esos números claves, la Relación habla de “discernimiento e integración”, pues la meta es ver con los ojos del Buen Samaritano cómo Dios está sanando y curando cada situación concreta, para llegar a un “juicio correcto sobre lo que obstaculiza la posibilidad de una más plena participación en la vida de la Iglesia y de los pasos que pueden favorecerla o hacerla crecer” (n 86). Es verdad que, con ojos críticos, estos números están necesitados de una maduración teológica importante que clarifique puntos más oscuros o ambiguos. No es la primera, ni será la última vez que esto ocurra en el camino que la Iglesia está siempre recorriendo para comprender y vivir mejor la Palabra de Dios. Espero que la Exhortación del Papa Francisco vuelva sobre estos puntos, dé orientaciones pastorales e incluso teológicas acertadas y que, sobre todo, sea la vida misma de la comunidad eclesial la que nos permita seguir caminando para vivir en fidelidad a la Palabra viva de Jesús. Lo cierto es que la pastoral familiar, no menos que la teología del matrimonio, el amor humano y la familia, tienen por delante un derrotero muy amplio. El camino sinodal sigue su curso.

Aguardamos el pronunciamiento del Papa Francisco, recogiendo el impulso del Sínodo. Al parecer será más rápido de lo habitual. El magisterio ordinario del Santo Padre iluminará sin dudas el camino de la Iglesia.

Cada diócesis, sin embargo, tiene que plantearse de nuevo, ya desde ahora, cómo renovar su pastoral familiar con el enfoque del Sínodo, mucho más en el Año de la Misericordia, que nos ofrece el paradigma fundamental de toda acción pastoral de la Iglesia: mirar al mundo con los mismos sentimientos de misericordia y compasión que se estremecen por el sufrimiento humano.

Arriba, y con ocasión de ver cómo el Sínodo había afrontado el tema de los divorciados en nueva unión, nos planteamos la pregunta por la mirada de la Iglesia a estas y otras situaciones humanas que nos interpelan.

Jesús nos ha mostrado en el Evangelio que, cuando Dios mira el mundo que ha creado, se siente conmovido por el sufrimiento del hombre. Si se rebela contra el pecado, es porque éste deshumaniza, destruyendo su creatura y toda la creación.

No tenemos que esperar la Exhortación de Francisco para asumir este modo de mirar y de actuar. Solo abrir el Evangelio y dejarnos iluminar por Jesús, por sus sentimientos y sus gestos, por su Pascua de pasión, muerte y resurrección. Y, con el corazón así encendido, hacernos compañeros de camino de todas las familias. Como Jesús en Emaús. Como el Buen Samaritano.

El camino del Sínodo sigue, en cada diócesis, en cada parroquia, en cada comunidad cristiana, en cada encuentro…

Mons. Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco