Para Reflexionar en este día

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Recorramos nuestros vínculos familiares con el Niño Dios en brazos.

“Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y su nombre será: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz” (Isaías 9, 5).

Un Niño, con la debilidad, la confianza,  el asombro  y el corazón puro intactos. Un Niño, sin embargo, lleno de poder, pero el poder del amor que es el único que puede convertir los corazones de piedra en corazones de carne (Ezequiel 11, 19). Qué bueno pedir la gracia especial en este tiempo de Navidad de recuperar el “espíritu de infancia”, para así encontrar y dejarnos encontrar por el Dios que viene.

Cuando el cansancio, la tristeza, las pequeñas frustraciones cotidianas, nos ganan el ánimo; cuando perdemos ese tono vital de nuestra fe que es la alegría, cuando el desamor se quiere instalar en nuestros vínculos porque están lastimados la confianza y el asombro frente al misterio nuestro y de los otros … allí mismo, en ese tiempo y espacio de nuestra existencia aparece, una y otra vez, el Emanuel, el Dios con nosotros, el Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lucas 2, 7), que desde lo entrañable de lo humano viene a regalarnos el amor poderoso y transformador del Hijo de Dios. El único que puede convertir nuestra tristeza en gozo, que puede hacernos reír aún entre lágrimas, el que tiene la llave de la alegría y la plenitud de la vida.

Llevemos en nuestros brazos,  quizás  cansados y débiles, al Niño Divino, y  recorramos despaciosamente nuestros hogares: cada rincón de sus habitaciones, la del trabajo, la del dolor, la de la fiesta. Visitemos con El cada uno de nuestros vínculos: de esposos, de papás, de abuelos, de hijos, de hermanos … hasta caer en la cuenta que es El, el Niño Dios, quien nos conduce a nosotros, quien quiere tocar con sus manos amorosas esos vínculos familiares para curar sus heridas, para fortalecerlos y devolverles la alegría y la esperanza.

Entremos en el espíritu de infancia que nos regala nuevamente el Niño de Belén.

Ensancha la puerta Padre

porque no puedo pasar.

La hiciste para los niños,

yo he crecido a mi pesar

 

Si no me agrandas la puerta

¡Achícame por piedad!

Vuélveme a la edad bendita

en que vivir es soñar.

 

SECRETARIADO NACIONAL PARA LA FAMILIA.