Noviembre nos acerca la tercera entrega de esta sección, invitación a orar, a partir de la Palabra de Dios, en comunión.

¿Cuántas riquezas hemos recibido de Él y cómo las utilizamos? son los dos preguntas principales para reflexionar a partir de este texto.

Por debajo de la reflexión en línea podrán descargarla en pdf para compartirla en sus comunidades

PROPUESTA DE ORACIÓN A PARTIR DEL EVANGELIO DEL DÍA

Primer viernes de noviembre de 2011

Decía también, Jesús, a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.  Lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto’.

El administrador pensó entonces: ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!’. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. ‘Veinte barriles de aceite’, le respondió. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez’.  Después preguntó a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’.

‘Cuatrocientos quintales de trigo’, le respondió. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y anota trescientos’. Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz (Lc 16, 1-8).

El Evangelio de este primer viernes nos habla de un hombre rico que necesita de un administrador para gestionar sus negocios. Con esta primera imagen podemos ponernos frente a Dios, en oración, y pedirle reconocer cuántas riquezas hay en su creación y cuántas capacidades nos ha dado para administrarlas, cuántos bienes ha puesto en nuestras manos para disfrutarlos, compartirlos y hacerlos fructificar. En lo personal, puedo darle gracias por todo lo que me confió: bienes materiales e intelectuales, aptitud para el trabajo, talentos, dones, posibilidad de amar, de ser amado, de servir…Nuestro Dios no se deja ganar en generosidad y, para que nos realicemos como hijos suyos, nos da todo lo que tiene, todo lo que necesitamos. Ni siquiera escatimó la propia vida de su Hijo para que alcanzáramos la salvación (Jn 3, 16) y, tras volverlo a recibir en su trono de gloria, nos regaló su mismo Espíritu (Hch 2, 4).

El administrador del pasaje evangélico se destaca por su habilidad, no justamente para el bien, sino para el engaño, para defraudar, para obtener ganancias ilegítimas…Nuevamente frente al Señor, podemos orar pidiéndole que nos perdone por todas las veces que, en menor o mayor grado, utilizamos nuestra sagacidad para alcanzar objetivos que no se corresponden con el llamado a ser discípulos que hemos recibido de él. Tal vez no haya cometido fraude ni engañado en forma grosera, pero probablemente sí acudí a alguna “mentira piadosa”, o silencié la verdad, o “defraudé” a alguien con alguna actitud egoísta, algún gesto hiriente, alguna respuesta grosera o simplemente con mi indiferencia. Quizás he callado frente a situaciones de injusticia, no he apoyado al débil o al indefenso, no pedí al Señor insistentemente y con fe por las situaciones de crisis sociales, políticas o económicas en las que es necesaria su intervención para que no triunfe el secularismo, el individualismo, y la violencia y para que no sigan relativizándose los valores cristianos fundamentales en orden a la vida humana, la familia, etc.

Pidamos al Padre que nos enseñe a ser “astutos como serpientes” para denunciar y rechazar toda acción del mal, que se traduzca en engaño y mentira en nuestras vidas, familias y comunidades y “sencillos como palomas” (Mt 10, 16) para servir a todo hombre, en y desde su Iglesia, anunciando y viviendo en la Verdad,  que es el mismo Jesucristo (Jn 14, 16).

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