Junio nos depara esta bella lectura que nos revela cómo es el amor de Dios, Padre y Pastor, por nosotros, ovejas de su rebaño. Pero también nos invita a reflexionar sobre un aspecto quizás pocas veces aborado: por qué nosotros, parte del rebaño, nos alejamos de Él ya sea en forma individual o aún como familia.

Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador…

Entonces Jesús les dijo esta parábola:

«Si alguno de ustedes pierde una oveja de las cien que tiene, ¿no deja las otras noventa y nueve en el desierto y se va en busca de la que se le perdió hasta que la encuentra?

Y cuando la encuentra, se la carga muy feliz sobre los hombros, y al llegar a su casa reúne a los amigos y vecinos y les dice: “Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido.” Yo les digo que de igual modo habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse (Lc 15,3-7).

 

El relato del Evangelio de este primer viernes de mes nos permite visualizar cómo es el amor de los pastores por sus rebaños. En la soledad del monte, el pastor reconoce a cada una de sus ovejas. Tiene un vínculo especial con cada una: la cuida, le da de comer, la cura si está enferma  y la protege de cualquier ataque de otros animales. El rebaño es para el pastor la fuente de su supervivencia, pero también es el fruto de su cuidado amoroso. Para preservarlo vale la pena cualquier esfuerzo: velar, levantarse al alba, someterse al frío del desierto, a la incomodidad de las distancias….todo para seguir su crecimiento con laboriosa entrega.

 

La palabra introduce una situación inesperada –y dramática– para el pastor, como lo es la pérdida de una de sus ovejas. Frente a este hecho Jesús enfatiza la preocupación del pastor por esta oveja que se aleja del redil. ¿Qué pudo haberle pasado? Puede ser que se haya desorientado, que se haya sentido mal y haya tenido que permanecer detenida por un momento hasta reponerse mientras el resto se alejaba. Puede haber ocurrido que escuchó alguna voz semejante a la del pastor y fue hacia el lugar de donde provenía pero luego se dio cuenta de que se había equivocado.  La oveja perdida, no es necesariamente la “oveja negra”, sino una como cualquier otra, con sus virtudes y defectos. Tal vez el pastor la identificaba por ser más “quedada”, o más traviesa, más rebelde, más remolona, más curiosa. Quizás fuese un poco desobediente…Quizás estaba enferma o tenía alguna discapacidad.

 

Más allá de la búsqueda de razones por la ausencia de la oveja, el pastor no duda en dejar al resto del rebaño para salir en búsqueda de la que podría estar en peligro. No piensa “Ah, es una rebelde, que pague por su rebeldía” o “es tan remolona que se merece haberse perdido…”. Se levanta, desanda el camino, se arriesga en la oscuridad de la noche y no se detiene hasta encontrarla. La carga sobre sus hombros y la lleva nuevamente al redil, con mucha alegría al punto que siente la necesidad de festejar con sus amigos y vecinos  el reencuentro.

 

Esta bella imagen nos revela cómo es el amor de Dios, Padre y Pastor, por nosotros, ovejas de su rebaño (Sal 100,3).  Su preocupación mayor es que permanezcamos a su lado, bajo su protección, dejándonos cuidar por Él (Jn 15, 1-17). Su amor es tan grande que no dudó en enviar a su propio hijo único, Jesús, como ofrenda para nuestra salvación (Jn 3, 16).

 

La precariedad de nuestra naturaleza humana es tal que aún cuando sabemos que estamos llamados al redil muchas veces nos “separamos” o nos “perdemos”, como la oveja de la parábola. ¿Cuáles son los motivos de nuestro alejamiento? Nos desorientamos porque aparecen otros “horizontes” que nos desubican en el camino (metas personales, aspiraciones económicas, necesidad de reconocimiento). Perdemos el rumbo porque escuchamos otras voces que nos seducen más que la del Pastor (la de la publicidad, el consumismo, la sensualidad desmedida). Nos distraemos en medio de muchas actividades, corridas, compromisos, agendas recargadas. Quizás nos provoca curiosidad probar qué hay o qué pasa en otros terrenos o en otros rebaños (pensamos: “es solo por una vez…”). Solemos terminar, de tal modo, en las garras del lobo que nos engaña y nos hace caer. Tal vez nos sintamos muy seguros de nuestro caminar y creemos que podemos prescindir de la guía del Pastor; confundimos así adultez o madurez con independencia de Dios.

 

Lo mismo que nos sucede en el plano individual, a raíz de nuestra naturaleza precaria, también le sucede a la familia, compuesta por personas con naturalezas precarias. De ahí que también las familias se desorienten (ante la pérdida de valores), se distraigan (con cosas que no hacen a la esencia de la vida), se pierdan (por no seguir al Pastor), se destruyan en las garras del lobo.

 

En el texto evangélico Jesús le habla a pastores, a gente que sabía del cuidado de ovejas (“si alguno de ustedes pierde una…” de sus ovejas). Podemos, entonces, tratar de descubrir qué nos dicen hoy sus palabras respecto de nuestra tarea pastoral. En ese servicio estamos llamados a «traer» a las ovejas perdidas al redil, a  ser para el hermano alejado de Dios, aquél que amorosamente lo pone sobre sus hombros, lo cura, lo alimenta y lo vuelve al seno de su rebaño. Hemos recibido del Señor la invitación a acompañar su tarea pastoral y nuestra misión es desarrollarla a su modo, con entrega, decisión, preocupación, sin reclamos, sin acusar al hermano, sin reproches. En suma, con mucho amor para reparar sus heridas, restaurar su fe y alimentar su esperanza.

 

Oremos e intercedamos unos por otros para que sea el espíritu de esta Palabra el que nos guíe y nos motive en el servicio a las familias desde el redil de nuestra Iglesia.