La lectura de Lucas que nos acompaña en esta reflexión de diciembre, nos muestra a María no sólo preparada para recibir la visita y el mensaje de Dios, sino preparada para decirle SÍ a la la tarea que Él le tenía destinada.  ¿Trabajamos nosotros para estar listos para escucharlo? ¿para aceptar, sin temor, su voluntad? Estas son algunas de las preguntas que nos plantea este texto para reflexionar comunitaria o personalmente.

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María, modelo de entrega y confianza

En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,  a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».  Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;  él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».  María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,  porque no hay nada imposible para Dios».  María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se alejó  (Lc 1,26-38).

 

Este primer viernes de mes, en vísperas de la Fiesta de la Inmaculada Concepción de María, la liturgia nos propone un texto evangélico de inagotable riqueza y contenido. Solo tomaremos de él, por lo tanto, algunas ideas que puedan ayudarnos a reflexionar y orar en comunión.

El ángel visita a María en su casa. La casa de María estaba preparada y abierta a esa visita. El corazón de María tenía espacio para que Dios pudiera entrar, revelarse, hablarle a lo profundo. María esperaba ese encuentro. No se sobresalta con la entrada del ángel aunque se desconcierta con su especial saludo.  En realidad, la visita de Dios, no fue novedad para la muchacha. Ella tenía una intensa vida de oración. Clamaba a Dios por el cumplimiento de sus promesas mesiánicas. Lo novedoso y desconcertante fue la revelación especial del Ángel.

Frente a este tramo de la Palabra, podemos preguntarnos ¿estamos abiertos a que Dios nos visite? ¿Cuándo fue mi última experiencia en que sentí que Dios venía a mi interior y se revelaba? ¿Están abiertas las puertas de mi casa interior para que Dios entre, o hay situaciones (emociones, preocupaciones) que las bloquean? ¿Estoy dispuesto a que Dios se me revele? ¿Tengo una vida interior estable, como María, que me permite “conectarme” con Dios en cualquier tiempo y lugar o solo se reduce a “momentos” o “episodios” (la Eucaristía dominical, un retiro, un rosario, una lectura…).

Ante el desconcierto de la joven por el extraño saludo, el ángel le dice “no temas” e, inmediatamente, le explica cuál es el plan del Señor para su vida.

Suele sucedernos que nos causa miedo indagar sobre cuál será la voluntad de Dios para nuestra vida. Sobre todo si esa voluntad no pudiera coincidir con la nuestra. La respuesta del enviado del Señor frente a esto es clara: “no temas”. El Evangelio nos invita a adoptar una actitud de confianza, de entrega. La presencia de Dios desaloja todo temor. Además, los planes de Dios, aunque difieran en algo de los nuestros (trazados, a veces, en función de intereses mezquinos y egoístas y ligados por lo general a la mera realización personal), son lo mejor para nosotros. Él, que nos creó y entregó a su propio hijo por nuestra salvación, no puede querer algo malo para nosotros, algo que nos haga infelices o nos frustre. Al contrario, todo el Él es expresión de amor hacia nosotros (Jn 3, 16). Dejemos de lado, entonces, el miedo y, en oración, confiémonos a su voluntad.

Después de que el ángel explica el plan de Dios y responde a la inquietud de la muchacha acerca de cómo se sortearía el escollo de su opción virginal para poder engendrar un hijo, sin poner objeciones ni plantear dudas y sin exigir ninguna garantía, María por toda respuesta dice: “Soy la servidora del Señor, que se haga en mí lo que has dicho”. ¡Fue la decisión que cambió la historia de la humanidad!

La respuesta de la Madre, su “sí” incondicional, nos debería animar a cultivar el vínculo de la oración confiada, sencilla y profunda con el Señor. Amar su voluntad y estar dispuestos a atravesar todas las dificultades que se nos presenten para ser fieles a Dios. Es el mejor testimonio que podemos dar como creyentes a una sociedad superficial y poco comprometida.

Podemos preguntarnos ¿En qué situaciones Dios nos está pidiendo, como a María, que hoy le digamos que sí y nos dispongamos a vivir su voluntad? ¿Qué tengo que cambiar para que mi encuentro con Dios sea más profundo y entregado? En este adviento ¿Cómo preparo mi casa interior para la venida del Señor?

Pidamos a la Madre que nos enseñe a llevar a cabo el proyecto de Dios para esta Humanidad, contando con nuestra entrega sencilla pero fiel. Que junto con María podamos dar nuestro sí de modo tal que, podamos ayudar a cambiar –en lo que nos toque- los contextos que nos rodean, llevando la presencia del Padre y su mensaje salvador al mundo.