Mons. Bruno Forte, arzobispo de Chieti-Vasto (Italia), es el Secretario Especial de la Tercera Asamblea General Extraordinaria, del Sínodo que tendrá por tema «Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización».

Queremos destacar aquí su exposición en la conferencia de prensa que presentó el documento preparatorio de este evento fundamental para nuestra pastoral, alocución rica, aclaratoria, y de gran ayuda para quienes estén respondiendo a la consulta

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Acceder al Documento preparatorio para el III Sínodo sobre la Familia

 

S.E. MONS. BRUNO FORTE

El Papa Francisco ha señalado repetidamente y de diferentes maneras la intención de valorizar la colegialidad episcopal, signo e instrumento de la más amplia sinodalidad de toda la Iglesia. Una muestra importante de su voluntad fue participar personalmente en los trabajos del último Consejo Ordinario del Sínodo, del 7 y 8 de octubre. El Obispo de Roma ha compartido la reflexión común, escuchando a todos y trabajando sobre el discernimiento y las elecciones, que compiten para su ministerio petrino. Al vivir esta experiencia como uno de los miembros del Consejo, era natural pensar que el Papa nos estaba guiando en un ejercicio concreto de aquella colegialidad alrededor de Pedro y bajo Él, que hace viva y visible la Iglesia «comunión», que el Vaticano II ha propuesto. Es en este espíritu que creo que debe comprenderse también el camino querido por el Santo Padre para la próxima Asamblea General Extraordinaria del Sínodo: una amplia y profunda escucha de la vida de la Iglesia y de los desafíos más vivos a los que hace frente, compartido en un camino progresivo, con dos etapas fundamentales, que pueda llevar a todos los representantes del entero colegio episcopal a madurar propuestas fiables para ofrecer al discernimiento del Obispo de la Iglesia que preside en el amor. Todo esto no sólo no quita nada al papel del sucesor de Pedro, sino que de hecho, mejora la función de discernimiento y decisión final para el bien de la Iglesia y de la familia humana, a cuyo servicio se pone. Con el Papa Francisco estamos llamados a transcurrir por los caminos del Concilio y de sus enseñanzas en relación a la Iglesia comunión, imagen de la Trinidad divina, una en el amor, en la variedad de dones y de los servicios que la enriquecen.

El tema propuesta por el Santo Padre para la próxima Asamblea General Extraordinaria es: Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización. Con respecto a esto subrayo dos aspectos. El primero se refiere a la atención prioritaria de la evangelización, la cual debe centrarse en el ser y el actuar del pueblo de Dios. La Iglesia no existe para sí misma, sino para la gloria de Dios y la salvación de los hombres, a los que está llamada a llevar la alegría del Evangelio. Esta alegría debe ser proclamada a todos, comenzando por la familia, parte decisiva de la sociedad y de la misma Iglesia.

El segundo aspecto que quiero destacar es el estilo «pastoral», acentuado en la formulación del tema, prospectiva con la que el Santo Padre nos invita a mirar el valor y los desafíos de la vida familiar en la actualidad. Esta fisura se podría definir con las palabras que el Beato Juan XXIII anotaba en su diario el 19 de enero de 1962, en el clima de la preparación de la entonces próxima reunión del Concilio: «Mirar todo a la luz del ministerio pastoral, es decir: almas que hay que salvar y que hay que edificar». No se trata, en definitiva, de debatir cuestiones doctrinales, por otra parte explicadas ya por el Magisterio también reciente (por el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes 47-52, a la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de Juan Pablo II en 1981), sino de entender cómo anunciar eficazmente el Evangelio de la familia en el momento que estamos viviendo, marcado por una evidente crisis social y espiritual.

La invitación que deriva para toda la Iglesia es ponerse a la escucha de los problemas y expectativas que viven hoy tantas familias, manifestándoles cercanía, presentándoles de forma creíble la misericordia de Dios y la belleza de la respuesta a Su llamada. En particular, en el contexto de la conocida «modernidad líquida» (Zygmunt Bauman), en la que parece no establecerse ningún valor y la institución de la familia a menudo se pone en duda, o incluso es totalmente rechazada, es particularmente importante hacer ver los caracteres profundamente humanizados de la propuesta cristiana sobre la familia, que no está en contra de nadie, sino siempre y exclusivamente e favor de la dignidad y la belleza de la vida de todo hombre, en todo hombre, y por el bien de toda la sociedad. Como afirmaron los Padres del Concilio Vaticano II, la familia es la «escuela más rica de la humanidad» en la que «las distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a conseguir una sabiduría humana más completa y componer convenientemente plenos derechos personales con los demás requisitos de la vida social»(Gaudium et Spes 52). En esta línea el Documento preparatorio para la próxima Asamblea del Sínodo afirma que: «La doctrina de la fe sobre el matrimonio debe ser presentada de forma comunicativa y eficaz, para que esta sea capaz de llegar a los corazones y los transforme de acuerdo a la voluntad de Dios manifestada en Jesucristo» ( DP II ).

Atención, hospitalidad y misericordia son el estilo que Papa Francisco testifica y pide tener hacia todos, incluyendo a las familias divididas y a todos los que viven en situación irregular desde el punto de la vida moral y canónico. El énfasis se pone «en la divina misericordia y la ternura hacia las personas heridas, en los suburbios geográficas y existenciales». Por supuesto, vivir plenamente el Evangelio de la familia no es fácil, ni evidente, y con frecuencia las condiciones concretas de la existencia tienden a socavar incluso los mejores esfuerzos: pensar en la posible fragilidad psicológica y emocional de las relaciones familiares; al empobrecimiento de la calidad de las relaciones que pueden coexistir con los «hogares» aparentemente estables y normales; al estrés originado de las costumbres y los ritmos impuestos por la organización social, desde los horarios de trabajo hasta las demandas de movilidad. Además, la cultura de masas conducida por los medios influencia y corroe a veces las relaciones familiares, invadiendo la familia con mensajes que banalizan la relación marital. Es muy importante, ahora más que nunca, combinar el compromiso diario en familia con condiciones que la apoyen tanto en el ámbito de la sociedad civil, como en la comunidad eclesial, motivando concretamente la belleza y la fecundidad «de la fe en el carácter sacramental del matrimonio y en el poder curativo de la penitencia sacramental».

Los retos específicos y aquellos contextuales no son pocos: «Hay problemas, inéditos hasta hace pocos años, de la difusión de las parejas de hecho, que no acceden al matrimonio y a veces incluso excluyen esta idea; a la unión entre personas del mismo sexo, a quienes se les permite la adopción de hijos» (DP I). Son numerosas las situaciones contextuales nuevas, que requieren una atención especial por parte de la Iglesia, de la cultura del «no compromiso» y de la presupuesta inestabilidad del vínculo a la reformulación de la misma idea de familia, a un pluralismo relativista extendido en la concepción del matrimonio, hasta a las propuestas legislativas que devalúan la permanencia y fidelidad del pacto matrimonial. Estos desafíos implican consecuencias pastorales significativas: «Por ejemplo, si pensamos al mero hecho de que en el contexto actual, muchos niños y jóvenes que han nacido en matrimonios irregulares, nunca verán a sus padres recibir los sacramentos, entenderemos la urgencia de los retos de la evangelización en la situación actual, difundida por todas las partes de la «aldea global». Todo esto demuestra cómo la rápida atención a estas situaciones sea «muy necesaria y urgente, tan debida como expresión de la caridad de los pastores hacia aquellos que les han sido confiados y a toda la familia humana» (DP II). La inmensidad de la obligación, la urgencia de los problemas y las expectativas, que son propensos a ser demasiado grandes, nos llevan a pedir con convicción la oración de todos por el camino iniciado, con humildad, generoso compromiso y confianza en Dios, especialmente de quien contribuirá al Sínodo, para que el Espíritu ilumine el trabajo colegiado y el discernimiento final y decisivo del Sucesor de Pedro.