Durante este mes la reflexión nos invita a profundizar el camino de la fe y a preguntarnos en oración personal y comunitaria ¿De qué manera vivo la fe en mi familia? ¿Es Jesús el Camino de la Verdad en la Vida en mí y en mi familia? ¿Mi anuncio –con palabras o con hechos– genera en los demás la inquietud por conocer a Jesús como Camino, Verdad y Vida?

Yo soy el Camino…

Mayo de 2012

No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se los habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.

Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.

Ya conocen el camino del lugar adonde voy». Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?» Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí” (Jn 14, 1-6)

Para la oración de este primer viernes de mayo, retomamos el Evangelio correspondiente al calendario litúrgico.

En la Palabra de hoy, el Señor nos vuelve a pedir que profundicemos en el camino de la fe. Jesús se nos presenta con una propuesta que podría causarnos miedo o temor a lo desconocido en la medida en que nos introduce en el tema del “después de la vida en esta tierra”. Él nos conoce y sabe lo que nos atemoriza y por eso lo primero que nos dice es «No se inquieten» y nos propone arriesgarnos a creer en Él, a dar un paso más de confianza.  La propuesta de este pasaje de la Palabra adquiere un especial significado en este año en el cual, como Iglesia, se nos propone crecer y madurar nuestra fe. Como expresa la carta apostólica del Papa Benedicto XVI Porta fidei, con la que se convoca al año de la fe: «La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con Él».

Imaginemos el corazón y la  mente de los apóstoles que escuchaban a Jesús en aquél momento. Por un lado habían sido testigos de cosas maravillosas: milagros, curaciones, conversiones, enseñanzas profundas. Por otra parte, Jesús les propone un nuevo desafío para su fe. Y nuevamente surge la duda, el desconcierto. Muchas veces Dios hace propuestas que nos implican dejar nuestras seguridades de lado y simplemente creerle a Él (no solo creer en Él). A los apóstoles (igual que a nosotros) nos toca solo decidirnos a estar con Él, creerle a Jesús. Elegir nuevamente, entre tantas voces que el mundo nos propone, la voz del Señor, que con su paz nos invita a vivir con Él anticipando así la vivencia que disfrutaremos en la eternidad,  en el lugar que nos está preparando junto al Padre del Cielo.

El Camino hacia ese lugar es Jesús mismo, es decir, su persona, su ser. Aunque parezca extraño, el Señor nos propone transitar la vida presente por Él y en Él. Jesús quiere que lo experimentemos, que nos consustanciemos con su persona. Para ello nos da un buen número de recursos: Palabra para conocerlo,  la oración para contemplarlo y dialogar con Él, la Eucaristía para que nos alimentemos de su propio Cuerpo y de su misma Sangre. También nos asegura que podemos encontrarlo y mirarlo en el prójimo: los que tienen hambre, están desnudos, presos, enfermos (conf. Mt. 25, 31-45).

El Camino, que es el propio Jesús, nos lleva a descubrirlo como Verdad. En Jesús no hay doblez, no hay margen de error, no hay engaño. Jesús se nos revela como la Verdad que nos hace libres (Juan 8, 31-32) de lo ambiguo, de la naturaleza inclinada al pecado, del materialismo, del exitismo. El Señor, como única Verdad, nos da seguridad, estabilidad (interior, emocional).

El tránsito por el Camino en la única Verdad, que es Jesús, nos conduce a la Vida con mayúscula. Vida llena del Espíritu Santo que es soplo creador, vivificador y resucitador. Vida enriquecida con dones y carismas para el servicio de la Iglesia (Rom 12, 3-8). Animada y estimulada por la comunidad (Hch 2, 43-47). Esa Vida es para nosotros y es para darla en el servicio, el testimonio y la misión. «La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso» (confr. documento Porta Fidei, ya referido).

La Palabra nos interpela en lo personal y como familias. Jesús quiere constituirse en Camino, Verdad y Vida de mi familia y de las familias a las que está dirigido mi servicio. La familia debe ser el ámbito que nos permita caminar en y hacia Jesús. Un lugar donde se busque y reine su Verdad (y no las “verdades” de cada integrante, sobre la base del respeto de base meramente relativista). Un espacio de Vida, donde se honre y defienda la Vida, se la celebre en el paso de los años, se la proteja y la resguarde. Todo lo que es “muerte” (ausencia de valores, de alegría, del compartir cotidiano y sencillo, de la entrega amorosa de unos hacia otros), no puede tener lugar en el ambiente familiar.

Por eso, a la luz del texto evangélico, podemos preguntarnos en oración ¿De qué manera vivo la fe en mi familia? ¿Es Jesús el Camino de la Verdad en la Vida en mí y en mi familia? ¿Mi anuncio –con palabras o con hechos– genera en los demás la inquietud por conocer a Jesús como Camino, Verdad y Vida?

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